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...Y el reserito la vio desnuda

En esta colaboración especial, Daniel Lecointre nos cuenta sobre el paso de una tropa por San Jorge rumbo a la feria y el recuerdo inolvidable de un "paisaje" inesperado


Por Daniel Lecointre, exclusivo para Zona Campo. 


Esa noche casi no pude dormir. Tendría once o doce años, la emoción y la responsabilidad me tuvieron en vela. No quería que los troperos pasaran a buscarme y me agarraran sin tener todo preparado. Unos amargos primero, y después, churrasco con huevo frito para acompañar el café con leche. En la tardecita había dejado el nochero encerrado para no tener sorpresas. No se veía nada todavía,tuve que entrar al corral hablándole, para que se moviera y así poderlo encontrar.


Cuando pasaron mis tíos a buscarme ya me había puesto las botas,el poncho y ensillado el caballo, así que monte y salimos meta charla, disfrutando la madrugada. A una legua estaba el potrero donde teníamos que hacer la tropa. Apartábamos a campo nomas, bien trabajoso el asunto. Los tíos eran muy criollos y todo se hacía bajo el estricto manual de la tradición antigua. Pero después de varias correteadas, gambeteando cuevas de peludo y zanjones, logramos sacarlas a la huella .Ahora sí… la cosa era más fácil, sacudiendo los ponchos y algún "opa… opa…" alcanzaba para poner la tropa en marcha.


Hoy hay remate en San Jorge y allá vamos. El sol ya iluminaba todos los secretos que tenía escondidos la noche, entre ellos los colores.La belleza mojada del paisaje recién amanecido nos regalaba las perlas transparentes del rocío, las babas del diablo nos condecoraban las camperas y esos raros vapores que brotan de las cunetas como dragones agazapados. En fin, paisajes fantásticos que solo duran un rato, privilegio exclusivo de los madrugadores.


Toda esa hermosura,mi silencio y la voz de tío Jorge,recordando los personajes de cada tapera que íbamos dejando atrás. Me llenaba de historias, una más linda que la otra. No hay música más bonita para el oído de un chico. El otro tío iba adelante, cuidando que las punteras no se dispararan.


Entrando al pueblo


En eso estábamos, cuando las vacas ya pisaban primeras calles de San Jorge. Y ahí si.…"Agarrate Catalina que vamos a galopar"´. La cosa no es nada fácil, El tráfico de tropas era intenso por los cuatro caminos de entrada. Casi no se usaban los camiones, se hacía todo por arreo. Había que esperar el paso de unas, para dar lugar a las otras y sin mezclarse. ¿Pero quién les hacía entender a esas vacas que la cosa era así.


Con las riendas bien cortas y los ojos atentos, encarábamos la parte más difícil…cruzar el pueblo. Algún coche inoportuno, muchachitos asomándose, algún desprevenido caminando por el medio de la calle y un millón de perros embravecidos, hacían imposible la pasada y el orden de la tropa. Dos vacas disparaban para un lado, otras saltaban los alambrados y el resto queriendo volver al campo.


Y allá salíamos en toda la furia, por terrenos y baldíos desconocidos. Llevándonos puestos los cordeles repletos de corpiños y polleras, saltado tejidos, espantando gallinas cluecas y alguna señora saliendo del escusado para ver quien causaba tanto escándalo. Con suerte, habilidad y la ayuda del lazo, lográbamos reagruparlas y seguir la marcha, con los caballos sudados y los nervios de punta. El pueblo entero se veía lleno de polvo, gritos criollos y balidos de vacas.



La maja


En uno de los últimos ranchitos vivía una señora. Siempre muy comedida,se acercaba al alambrado de su patio con un porrón de ginebra. Gentileza de la casa,para las gargantas resecas de los troperos. Esa era una de sus costumbres, la otra era bañarse en la bomba. Así nomás, como Dios la trajo al mundo, sin importar la hora ni las miradas curiosas.


Eso fue lo que vieron mis pobres ojos inexpertos ese día. Tenía un pie en la pileta para levantar la pierna y meta jabón por todo el cuerpo. Después, dos golpes a la manija de la bomba llenaban un jarro con agua fresca y se enjuagaba. 

- "Buen día….."- saludó mi tío

- "Buen día los paisanos,…esperen, esperen que ahí les llevo un trago"- nos contestó.


Se pasó una toalla a las apuradas,se puso un vestido suelto y vino hacia nosotros con el consabido licor. Como si nada hubiera pasado acoto "Que lindas esta las vacas che…especial pa carnicería".´Sin querer o a propósito, tomó la parte de abajo del vestido para secarse la cabeza, dejando al descubierto casi toda su humanidad. Y ahora la tenía ahí, bien cerquita, hasta podía sentir ese aroma exquisito que solo tienen los jabones baratos.

Cuando me miró, se dio cuenta la picara que yo la estaba examinando embobado. En la cara de tío Jorge había una sonrisa apretada a punto de estallar. No era promiscua señora, solo que no consideraba a su entrepiernas un lugar privado. Estaba a disposición de cualquier necesitado. 


Excepto unos pocos, casi todos los hombres del pueblo conocían los secretos de la cama bien tendida, en la piecita del fondo. No lo hacía a escondidas,con culpas,ni mezclándolo con el amor, era como un animalito maso. A veces elegía, otras disfrutaba de la limosna que regalaba o cambiaba por un costillar con paleta.


"Sangre, tiene"


Dirigiéndose al tío Jorge opinó: -"Que cara de susto tiene el reserito…Jua. Jua. Seguro que no sabe nada todavía…Cuando crezca un poco más tráemelo, que te lo voy a sacar bueno vas a ver"- y cerrándole un ojo a Jorge terminó diciendo `` Sangre, tiene… si no corre es porque no quiere, jua. Jua. Jua."- le dijo entre risotadas y miradas còmplices. Yo no decía nada, ni una mueca me salía. Pero esta realidad tan cercana, me hizo corregir varias cosas, que yo imaginaba distintas en la anatomía femenina.


Una tropa doblò en la otra esquina y ya nos estaba apurando. Así que tuvimos que dejar a la maja desnuda y seguir viaje. Un amigo, bien montado en un alazán sobresaliente se acercó a saludar y nos ayudó hasta la feria.


Mil animales tenían anunciados los ingleses Sherriff para este remate. Era una fiesta ver a la flor y nata del paisanaje, montando sus mejores caballos. Estaban como esperando que una vaca salvaje se empacara. Al instante se escuchaba el golpe seco de los pechos de dos caballos arqueados contra la vaca, llevándola en andas hasta el corral, sin pegar un solo chirlo.


Entregamos la tropa y con el rebenque colgado en el puñal nos fuimos derechito a la cantina. Un galponcito de chapa, con mesas y sillas plegables de hierro, eso era todo. Los saludos eufóricos, las invitaciones a tomar algo, para festejar el encuentro de viejos amigos y vecinos, llenaban de vida social el pobre recinto. Yo tome una esperidina y después un vinito sin apellido para acompañar unas rodajas de jamón y galleta. Cuando me puse de pie para seguir viaje, me pareció que el piso estaba muy desparejo. Pero así, en altos y bajos llegue hasta el caballo. Acomodamos los recados, ajustamos las cinchas y montamos con la elegancia criolla que Dios manda.


Cuando pasamos frente a la casa de la señora, me entristeció el hecho de no verla. Habíamos avanzado una cuadra y yo seguía mirando disimuladamente hacia atrás. Mi tío Arístides se dio cuenta, taloneo el caballo para echarlo a galopar y me dijo - "que va ser hermano…. no va a estar todo el día desnuda "-.


Epìlogo


Hay muchas anécdotas sobre esta señora, pero supongo que a los lectores no les interesaran. Así que le iré cortándole la cola al cuento. Además, tengo la espada del editor sobre la pluma ``- que no sea largo el relato-´´ Que macana, sino se las contaba igual.


A los varios años me enterè que el tío Jorge, cuando era jovencito, "supo" lo que pasaba con esta señora, cuando se apagaba la luz de la vela en el cuartito del fondo. Tambièn, que era uno de los elegidos por ella. ¿Saben porque porqué lo prefería entusiasmada? Porque resulta que el tìo tenia… ¡huy!, ya me olvidè otra vez que esto no es un fogón de estancia, y tiene que ser breve el asunto.


Sabiendo que esta señora hacìa rato andaba por "otros pagos", ayer fui al cementerio del pueblo y se me dio por buscar. Esperaba encontrarme con una sepultura llena de placas y agradecimientos, por todas las gauchadas que había hecho a tanta gente, en todos estos años…pero nada, ni una solita habìa


Que desagradecidos, los hombres…… . 



Acerca de Daniel Lecointre
El autor es nacido, vive y trabaja en el campo, en la zona de San Jorge, Partido de Laprida. En su sentir y sus palabras, esto es así desde hace más de 120 años, por los tiempos en que su abuelo llegó a esos pagos.
Para comunicarse con el autor pueden llamarlo al 2284 215445 (no lo intenten vía Whatsapp, el 4G y el Wi-fi no han pasado todavía por la tranquera de su campo), 
 

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Esa noche casi no pude dormir. Tendría once o doce años, la emoción y la responsabilidad me tuvieron en vela. No quería que los troperos pasaran a buscarme y me agarraran sin tener todo preparado. Unos amargos primero, y después, churrasco con huevo frito para acompañar el café con leche. En la tardecita había dejado el nochero encerrado para no tener sorpresas. No se veía nada todavía,tuve que entrar al corral hablándole, para que se moviera y así poderlo encontrar.


Cuando pasaron mis tíos a buscarme ya me había puesto las botas,el poncho y ensillado el caballo, así que monte y salimos meta charla, disfrutando la madrugada. A una legua estaba el potrero donde teníamos que hacer la tropa. Apartábamos a campo nomas, bien trabajoso el asunto. Los tíos eran muy criollos y todo se hacía bajo el estricto manual de la tradición antigua. Pero después de varias correteadas, gambeteando cuevas de peludo y zanjones, logramos sacarlas a la huella .Ahora sí… la cosa era más fácil, sacudiendo los ponchos y algún "opa… opa…" alcanzaba para poner la tropa en marcha.


Hoy hay remate en San Jorge y allá vamos. El sol ya iluminaba todos los secretos que tenía escondidos la noche, entre ellos los colores.La belleza mojada del paisaje recién amanecido nos regalaba las perlas transparentes del rocío, las babas del diablo nos condecoraban las camperas y esos raros vapores que brotan de las cunetas como dragones agazapados. En fin, paisajes fantásticos que solo duran un rato, privilegio exclusivo de los madrugadores.


Toda esa hermosura,mi silencio y la voz de tío Jorge,recordando los personajes de cada tapera que íbamos dejando atrás. Me llenaba de historias, una más linda que la otra. No hay música más bonita para el oído de un chico. El otro tío iba adelante, cuidando que las punteras no se dispararan.


Entrando al pueblo


En eso estábamos, cuando las vacas ya pisaban primeras calles de San Jorge. Y ahí si.…"Agarrate Catalina que vamos a galopar"´. La cosa no es nada fácil, El tráfico de tropas era intenso por los cuatro caminos de entrada. Casi no se usaban los camiones, se hacía todo por arreo. Había que esperar el paso de unas, para dar lugar a las otras y sin mezclarse. ¿Pero quién les hacía entender a esas vacas que la cosa era así.


Con las riendas bien cortas y los ojos atentos, encarábamos la parte más difícil…cruzar el pueblo. Algún coche inoportuno, muchachitos asomándose, algún desprevenido caminando por el medio de la calle y un millón de perros embravecidos, hacían imposible la pasada y el orden de la tropa. Dos vacas disparaban para un lado, otras saltaban los alambrados y el resto queriendo volver al campo.


Y allá salíamos en toda la furia, por terrenos y baldíos desconocidos. Llevándonos puestos los cordeles repletos de corpiños y polleras, saltado tejidos, espantando gallinas cluecas y alguna señora saliendo del escusado para ver quien causaba tanto escándalo. Con suerte, habilidad y la ayuda del lazo, lográbamos reagruparlas y seguir la marcha, con los caballos sudados y los nervios de punta. El pueblo entero se veía lleno de polvo, gritos criollos y balidos de vacas.



La maja


En uno de los últimos ranchitos vivía una señora. Siempre muy comedida,se acercaba al alambrado de su patio con un porrón de ginebra. Gentileza de la casa,para las gargantas resecas de los troperos. Esa era una de sus costumbres, la otra era bañarse en la bomba. Así nomás, como Dios la trajo al mundo, sin importar la hora ni las miradas curiosas.


Eso fue lo que vieron mis pobres ojos inexpertos ese día. Tenía un pie en la pileta para levantar la pierna y meta jabón por todo el cuerpo. Después, dos golpes a la manija de la bomba llenaban un jarro con agua fresca y se enjuagaba. 

- "Buen día….."- saludó mi tío

- "Buen día los paisanos,…esperen, esperen que ahí les llevo un trago"- nos contestó.


Se pasó una toalla a las apuradas,se puso un vestido suelto y vino hacia nosotros con el consabido licor. Como si nada hubiera pasado acoto "Que lindas esta las vacas che…especial pa carnicería".´Sin querer o a propósito, tomó la parte de abajo del vestido para secarse la cabeza, dejando al descubierto casi toda su humanidad. Y ahora la tenía ahí, bien cerquita, hasta podía sentir ese aroma exquisito que solo tienen los jabones baratos.

Cuando me miró, se dio cuenta la picara que yo la estaba examinando embobado. En la cara de tío Jorge había una sonrisa apretada a punto de estallar. No era promiscua señora, solo que no consideraba a su entrepiernas un lugar privado. Estaba a disposición de cualquier necesitado. 


Excepto unos pocos, casi todos los hombres del pueblo conocían los secretos de la cama bien tendida, en la piecita del fondo. No lo hacía a escondidas,con culpas,ni mezclándolo con el amor, era como un animalito maso. A veces elegía, otras disfrutaba de la limosna que regalaba o cambiaba por un costillar con paleta.


"Sangre, tiene"


Dirigiéndose al tío Jorge opinó: -"Que cara de susto tiene el reserito…Jua. Jua. Seguro que no sabe nada todavía…Cuando crezca un poco más tráemelo, que te lo voy a sacar bueno vas a ver"- y cerrándole un ojo a Jorge terminó diciendo `` Sangre, tiene… si no corre es porque no quiere, jua. Jua. Jua."- le dijo entre risotadas y miradas còmplices. Yo no decía nada, ni una mueca me salía. Pero esta realidad tan cercana, me hizo corregir varias cosas, que yo imaginaba distintas en la anatomía femenina.


Una tropa doblò en la otra esquina y ya nos estaba apurando. Así que tuvimos que dejar a la maja desnuda y seguir viaje. Un amigo, bien montado en un alazán sobresaliente se acercó a saludar y nos ayudó hasta la feria.


Mil animales tenían anunciados los ingleses Sherriff para este remate. Era una fiesta ver a la flor y nata del paisanaje, montando sus mejores caballos. Estaban como esperando que una vaca salvaje se empacara. Al instante se escuchaba el golpe seco de los pechos de dos caballos arqueados contra la vaca, llevándola en andas hasta el corral, sin pegar un solo chirlo.


Entregamos la tropa y con el rebenque colgado en el puñal nos fuimos derechito a la cantina. Un galponcito de chapa, con mesas y sillas plegables de hierro, eso era todo. Los saludos eufóricos, las invitaciones a tomar algo, para festejar el encuentro de viejos amigos y vecinos, llenaban de vida social el pobre recinto. Yo tome una esperidina y después un vinito sin apellido para acompañar unas rodajas de jamón y galleta. Cuando me puse de pie para seguir viaje, me pareció que el piso estaba muy desparejo. Pero así, en altos y bajos llegue hasta el caballo. Acomodamos los recados, ajustamos las cinchas y montamos con la elegancia criolla que Dios manda.


Cuando pasamos frente a la casa de la señora, me entristeció el hecho de no verla. Habíamos avanzado una cuadra y yo seguía mirando disimuladamente hacia atrás. Mi tío Arístides se dio cuenta, taloneo el caballo para echarlo a galopar y me dijo - "que va ser hermano…. no va a estar todo el día desnuda "-.


Epìlogo


Hay muchas anécdotas sobre esta señora, pero supongo que a los lectores no les interesaran. Así que le iré cortándole la cola al cuento. Además, tengo la espada del editor sobre la pluma ``- que no sea largo el relato-´´ Que macana, sino se las contaba igual.


A los varios años me enterè que el tío Jorge, cuando era jovencito, "supo" lo que pasaba con esta señora, cuando se apagaba la luz de la vela en el cuartito del fondo. Tambièn, que era uno de los elegidos por ella. ¿Saben porque porqué lo prefería entusiasmada? Porque resulta que el tìo tenia… ¡huy!, ya me olvidè otra vez que esto no es un fogón de estancia, y tiene que ser breve el asunto.


Sabiendo que esta señora hacìa rato andaba por "otros pagos", ayer fui al cementerio del pueblo y se me dio por buscar. Esperaba encontrarme con una sepultura llena de placas y agradecimientos, por todas las gauchadas que había hecho a tanta gente, en todos estos años…pero nada, ni una solita habìa


Que desagradecidos, los hombres…… . 



Acerca de Daniel Lecointre
El autor es nacido, vive y trabaja en el campo, en la zona de San Jorge, Partido de Laprida. En su sentir y sus palabras, esto es así desde hace más de 120 años, por los tiempos en que su abuelo llegó a esos pagos.
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