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Mujeres rurales separadas por los kilómetros, hermanadas por el arraigo

Ciclo de entrevistas de Luciana Pedernera sobre la vida y el rol de la mujer en el campo de nuestra región. Hoy:  Luana María Ozafran

Luciana Perdernera (ZonaCampo)  

Ya es muy tarde, está lista para dormir y aunque sabe que el día de mañana será largo pero muy indistinto al de hoy, en su celular suena, Carlos Ramón Fernández "El chacarero cantor". Me animo a parafrasear una canción que habla de ella, de su mundo, de su cielo, "Por Una Mirada".


-"Me pedís el cielo te traigo una estrella,

me pedís el mundo y lo pongo a tus pies,

pero no me pidas que de vos me olvide

eso es imposible no lo puedo hacer."-


Luana María Ozafran confiesa que hace algunos años empezó a escucharlo porque "sus versos me llegan al alma, me interiorice en su carrera y me emociono, es un hombre humilde y bien de campo, de los nuestros, defiende al pueblo, canta por nosotros, por los que menos tenemos, en sus versos relata la verdad de la sociedad." Aunque también le gusta el rock nacional y la cumbia de los años 90´, el folclore es su debilidad, quedara plasmada en su corazón la imagen de ese fraternal abrazo que le dio Carlos Ramón Fernández, cuando lo conoció en el Festival Nacional de Doma y Folclore de Olavarría, ambos entre lágrimas supieron grabar ese momento para el resto de sus vidas.


Alta, con su pelo castaño casi rubio, largo y ondulado, con una imagen imponente, sus ojos azules terminan en una profunda mirada que estalla con el intenso brillo del sol, "Que tardé esa tarde cuando me miraste, ni te imaginabas lo que yo sentí, y cuando creía que estaba de vuelta, con una mirada comencé a vivir, y cuando creía que estaba devuelta, con una mirada comencé a vivir", así lo recitan los versos del Chacarero Cantor, Luana habla con todo su ser, pero su mirada está intacta en sus perlitas azules.


Viste sus solemnes pilchas gauchas, camisa, bombacha de campo, alpargatas, pañuelo y boina, como símbolo de la historia de nuestro país, nuestra Argentina que brilla desde la Quiaca hasta Usuahia, kilómetros de tierra fértil de la cual nos deberíamos sentir orgullosos y amarla.


- Cuando era chica viví en el campo hasta los 3 años, luego mis padres se separaron y yo me quedé con mi mamá, que se fue a vivir al pueblo.


Esas cosas de grandes que atraviesan a los niños, ama a sus padres, sus ojos brillan al mencionarlos recordando que los fines de semana viajaba al campo con su papá y la semana se le hacía larga en la ciudad, porque quería volver a su lugar en el mundo, tan así que al terminar la primaria decidió dejar a su mamá para ir a vivir con su papá porque no hubo forma de que la rutina ciudadana, la gente a los gritos, los bocinazos y el caminar intranquilo le gustara.



- Lo que más me gusta del campo es la tranquilidad y la forma de vida que se lleva aquí. Los días en el campo no suelen ser muy parecidos y uno nunca hace lo mismo.


Con el mate bajo el brazo, está lista para arrancar, para Luana el día comienza revisando que los caballos y las gallinas estén bien, que no les falte nada. Cuando tiene tareas previstas "un día de trabajo" así lo dice ella, 5:30 de la mañana ya está arriba con el sol en verano, con las heladas en invierno.


- En un día de trabajo en hacienda nos levantamos, ensillamos, encerramos los rodeos, hacemos lo que haya que hacer, y largamos; si son muchos animales trabajamos mañana y tarde, haciendo una parada al medio día, y si en la tarde terminamos más o menos temprano, hasta que oscurece mi viejo galopea algún que otro potro y yo lo miro.


Cuando no tiene que trabajar en hacienda se entretiene con los caballos, ya que siempre hay algún que otro potro para amansar de abajo. Siempre se entretiene con algo, si no son los animales inventa algo en el taller, algún que otro trabajito en madera siempre sale de allí, hace muy poco termino un porta masetas y un arbolito de Navidad, siempre hay que tener las manos listas para crear, nunca sin hacer nada.


Hace cinco años que volvió a disfrutar del sector agropecuario, aprovecha cada día al máximos, inhalando el aire puro, amando a las tropillas, admirando a su padre y construyendo ideas en el taller. Vive las tormentas de verano y las de invierno, el calor y el frio, el intenso olor a tierra húmeda que trae el viento cuando se aproxima la lluvia, puede admirar las hojas que vuelan en lo más maduro del otoño y el pasto verde y tierno con la floreciente primavera. Escucha, mira, aprende, porque siente que así lo tiene que hacer.


-Mi pasión por los caballos viene de familia y mi viejo me lo transmitió. Estar cerca de un caballo me tranquiliza, me despeja, hace viajar mi mente.


Su papá, es parte de su familia, para ella su maestro, "el viejo", así le dice. Ve y presta atención a todo lo que él hace, porque lo califica como un hombre que sabe mucho y de quien tiene mucho para aprender, no quiere perderse ningún detalle.


-¡Qué difícil es esto de describirse jaja!


Sus risas son un semblante a la hora de hablar de sí misma, mejillas un poco coloradas, ruborizadas por la situación y reconoce que no encaja con la imagen de una Mujer Rural domestica que la sociedad podría tener en mente, se podría decir que no le gusta para nada cocinar, aunque sabe trata de esquivar esa parte del hogar. Da la razón de que le gusta el trabajo en bruto, hablando en criollo, acompañando a su padre siempre.


Y por allí, en la magia que habita sobre sus pagos, donde la brisa de los fuertes vientos trae la paz del aire puro y la lluvia purifica el alma en todo su esplendor. A 5 kilómetros del paraje Mariano Unzue, ubicado a 10 kilómetros de la ciudad de Bolívar, Luana María Ozafran, ama sus tradiciones, lleva bien en lo alto la celeste y blanca y es una Mujer Rural. 

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-"Me pedís el cielo te traigo una estrella,

me pedís el mundo y lo pongo a tus pies,

pero no me pidas que de vos me olvide

eso es imposible no lo puedo hacer."-


Luana María Ozafran confiesa que hace algunos años empezó a escucharlo porque "sus versos me llegan al alma, me interiorice en su carrera y me emociono, es un hombre humilde y bien de campo, de los nuestros, defiende al pueblo, canta por nosotros, por los que menos tenemos, en sus versos relata la verdad de la sociedad." Aunque también le gusta el rock nacional y la cumbia de los años 90´, el folclore es su debilidad, quedara plasmada en su corazón la imagen de ese fraternal abrazo que le dio Carlos Ramón Fernández, cuando lo conoció en el Festival Nacional de Doma y Folclore de Olavarría, ambos entre lágrimas supieron grabar ese momento para el resto de sus vidas.


Alta, con su pelo castaño casi rubio, largo y ondulado, con una imagen imponente, sus ojos azules terminan en una profunda mirada que estalla con el intenso brillo del sol, "Que tardé esa tarde cuando me miraste, ni te imaginabas lo que yo sentí, y cuando creía que estaba de vuelta, con una mirada comencé a vivir, y cuando creía que estaba devuelta, con una mirada comencé a vivir", así lo recitan los versos del Chacarero Cantor, Luana habla con todo su ser, pero su mirada está intacta en sus perlitas azules.


Viste sus solemnes pilchas gauchas, camisa, bombacha de campo, alpargatas, pañuelo y boina, como símbolo de la historia de nuestro país, nuestra Argentina que brilla desde la Quiaca hasta Usuahia, kilómetros de tierra fértil de la cual nos deberíamos sentir orgullosos y amarla.


- Cuando era chica viví en el campo hasta los 3 años, luego mis padres se separaron y yo me quedé con mi mamá, que se fue a vivir al pueblo.


Esas cosas de grandes que atraviesan a los niños, ama a sus padres, sus ojos brillan al mencionarlos recordando que los fines de semana viajaba al campo con su papá y la semana se le hacía larga en la ciudad, porque quería volver a su lugar en el mundo, tan así que al terminar la primaria decidió dejar a su mamá para ir a vivir con su papá porque no hubo forma de que la rutina ciudadana, la gente a los gritos, los bocinazos y el caminar intranquilo le gustara.



- Lo que más me gusta del campo es la tranquilidad y la forma de vida que se lleva aquí. Los días en el campo no suelen ser muy parecidos y uno nunca hace lo mismo.


Con el mate bajo el brazo, está lista para arrancar, para Luana el día comienza revisando que los caballos y las gallinas estén bien, que no les falte nada. Cuando tiene tareas previstas "un día de trabajo" así lo dice ella, 5:30 de la mañana ya está arriba con el sol en verano, con las heladas en invierno.


- En un día de trabajo en hacienda nos levantamos, ensillamos, encerramos los rodeos, hacemos lo que haya que hacer, y largamos; si son muchos animales trabajamos mañana y tarde, haciendo una parada al medio día, y si en la tarde terminamos más o menos temprano, hasta que oscurece mi viejo galopea algún que otro potro y yo lo miro.


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-Mi pasión por los caballos viene de familia y mi viejo me lo transmitió. Estar cerca de un caballo me tranquiliza, me despeja, hace viajar mi mente.


Su papá, es parte de su familia, para ella su maestro, "el viejo", así le dice. Ve y presta atención a todo lo que él hace, porque lo califica como un hombre que sabe mucho y de quien tiene mucho para aprender, no quiere perderse ningún detalle.


-¡Qué difícil es esto de describirse jaja!


Sus risas son un semblante a la hora de hablar de sí misma, mejillas un poco coloradas, ruborizadas por la situación y reconoce que no encaja con la imagen de una Mujer Rural domestica que la sociedad podría tener en mente, se podría decir que no le gusta para nada cocinar, aunque sabe trata de esquivar esa parte del hogar. Da la razón de que le gusta el trabajo en bruto, hablando en criollo, acompañando a su padre siempre.


Y por allí, en la magia que habita sobre sus pagos, donde la brisa de los fuertes vientos trae la paz del aire puro y la lluvia purifica el alma en todo su esplendor. A 5 kilómetros del paraje Mariano Unzue, ubicado a 10 kilómetros de la ciudad de Bolívar, Luana María Ozafran, ama sus tradiciones, lleva bien en lo alto la celeste y blanca y es una Mujer Rural. 

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